Ya se cumplen ocho años de la crisis económica mundial. Uno de los episodios más dramáticos y frustrantes de la historia reciente de occidente. Una crisis que ha generado una nueva forma de ver el mundo, que no sólo es económica sino también de valores. En todos los países de Europa se culpa a políticos, bancos, instituciones… pero la realidad es que muy pocos alcanzan a entender qué ha pasado, por qué de repente lo que funcionaba bien dejó de hacerlo.

Después de este tiempo, la sociedad parece estar arrasada, agónica. Millones de personas sin trabajo, empresas que quiebran, familias enteras sin un salario mínimo para subsistir, corralitos bancarios, desahucios hipotecarios, suicidios desesperados, jóvenes que no parecen tener un futuro… todo ello está llevando a nuestra sociedad a una crisis ideológica grave, se están radicalizando las posturas políticas de forma alarmante, y parece que ya sólo el enfrentamiento será la solución a esta falta de esperanza en que todo se arregle por sí mismo. Cunde el «sálvese quien pueda» y el «estás conmigo o contra mí», se está abandonando el diálogo y el consenso. A su vez, surgen predicadores de palabra fácil y labia distendida, que embaucan a muchos con frases vacías de contenido, sin aportar ideas o soluciones.  Grandes discursos que prenden como una mecha y se convierten en humo rápidamente.

Entre toda esta debacle, parece estar todo perdido, no hay resquicio para la esperanza… Nos sentimos humillados, estafados, manipulados . Ya no nos queda fe en la humanidad.

Sin embargo, si buscamos un poco entre las noticias de cada día, encontramos pequeñas señales de lo contrario. El ser humano tiene una capacidad asombrosa de adaptarse y transformarse ante diferentes circunstancias . Como decía el actor cómico estadounidense Patton Oswalt, al hilo de la reacción solidaria de las víctimas del atentado de Boston, al correr muchas de ellas en dirección a la destrucción para ayudar, «No estaríamos aquí si la humanidad fuera inherentemente mala. Nos hubiéramos comido vivos hace mucho tiempo». 

Cada día leemos en los periódicos casos de vecinos atrincherados junto a familias que lo van a perder todo, pequeños hosteleros que dan de comer a los más necesitados, miles de voluntarios trabajando por los que menos tienen a través de diferentes ONG’s, autoridades  que se ponen del lado del más débil, etc. Existe una gran corriente de solidaridad, sensibilidad y empatía que cruza a lo largo y ancho del planeta generando optimismo. Hombres y mujeres que regalan lo que tienen, que generan sonrisas, que creen que el cambio es posible sin necesidad de grandes hazañas.

Esto me hace pensar que nuestra actitud ante nuestras pequeñas miserias es fundamental. Todos podemos cambiar nuestro entorno, nuestras circunstancias. Da igual cuán hondo hayamos caído, podemos levantarnos si creemos en nosotros mismos. Sonreír  a la primera persona que nos encontremos por las mañanas, dar un abrazo a quien sufre, decir lo que sentimos, buscar el origen de nuestras aflicciones, perdonar a quien nos hizo daño, ser firmes en nuestras convicciones, ayudar al que lo necesita… todo ello nos hará más libres, nuestra carga pesará menos. Y lo más importante, si creemos en nosotros mismos, los demás también lo harán.

Entre todos podemos salir de la oscuridad y darle la vuelta a las cosas. En esta inmensa red social que es el Mundo, yo sigo creyendo en la humanidad.